Buscándote, oh Jesús, sin cesar, no resignándome nunca a permanecer donde estoy, buscándote siempre más, hasta encontrarte; caminando en pura fe, sostenidos por tu palabra; no dejándome desanimar por ninguna dificultad, porque el amor no conoce dificultad; aprovechando mis fuerzas, mi reputación, mi tiempo: si dederit homo omnem substantiam domus suae pro dilectione, quasi nihil despiciet eam. Por eso, Jesús, tú llenas el universo para mí, tú eres mi universo. Que me baste saber que algo te agrada para tratar de dártelo; que me aplique a las virtudes que tú quieres, a las obras que tú quieres; que busque sobre todo darte almas, porque nada te agrada más; que sea libre respecto a todo y a mí mismo, indiferente a lo que se dice y se piensa, sin saber dónde estoy, sin saber ya lo que quiero, buscándote sólo a ti, queriendo sólo lo que tú quieres.
Que no me preocupe sobre todo de mí mismo, Jesús; mis intereses están en tus manos, allí están más seguros que en las mías; así soy tanto más libre para preocuparme sólo de ti. Y tú te mostrarás a mí. Al principio no te reconocí porque buscaba a un muerto. El cristianismo era para mí una sabiduría que me había seducido. Pero si sólo fuera eso, esta sabiduría podría compararse con otras que podrían preferirse a ella. No se trata de eso. Es la realidad. El cristianismo es que tú has resucitado y estás vivo y nosotros estamos contigo, que el cielo está abierto y que el camino para llegar a él pasa por la cruz. Y por eso la sabiduría del Evangelio es la única sabiduría, porque tú eres el único camino que conduce a los hombres a la vida.
Los Cuadernos Espirituales de Jean Daniélou, (p. 325-326).
Publicado originalmente en cardinaldanielou.com
Pintura: Noli me tangere (Tiziano)